La laguna del tesoro

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Crecimos en Minas de Corrales, por tanto crecimos entre historias de oro, de mineros, de minas, de ollas enterradas con monedas de oro, tesoros escondidos, apariciones, luces y taperas encantadas…

Crecimos un tanto nómadas, entre el pueblo y el monte.

Bordeando el arroyo Corrales, en dirección al campo de Don Curbelo, encontrábamos dos lagunas, una de fondo barroso, que le daba un color blanquecino al agua por lo que la llamábamos la Laguna Blanca, la otra de aguas cristalinas, fondo rocoso y de mucha profundidad, rodeada  de camalotes y pitangas. Trasmitía una extraña y mágica energía, que imponía una sensación de respeto y de cuidado entre los gurises y la llamábamos; la “Laguna del Tesoro”.

A dos pasos de cualquiera de sus orillas ya no daba pie. Profunda, silenciosa y peligrosa, se mantenía allí como un espejo reflejando al sol la pureza de sus aguas y el azul intenso de los cielos de verano.

Contaban las personas más antiguas del pueblo, que allí en esa laguna, una carreta cargada con monedas de oro se había hundido hacía muchísimos años. Nunca pudieron encontrarla, ni los bueyes, ni el oro… Sin embargo en algunos atardeceres, cuando el sol tiñe de rojo el horizonte, entre camalotes, matas y arbustos, cuentan que de la laguna asoman briosos e imponentes los bueyes, tirando de una antigua carreta, crujiente, humedecida y repleta de baúles y arcones con tesoros. Dicen que cruza la laguna como si fuera una barca brillante y poderosa, de punta a punta y desaparece en la orilla… en la misma orilla donde mucho tiempo atrás se hundió con sus tesoros.

Aunque fuese simplemente una historia, la laguna majestuosa, indiferente, mantiene su misterio entre camalotes, arrayanes y pitangas.

Julio César Ilha