Nuestro pueblo vale la pena… a pesar de los cambios Minas de Corrales vale la pena.
Me acuerdo de muchas cosas que quizás ya no existan, o no existan como tales; las antiguas canillas públicas de OSE, donde nos surtíamos de agua potable. El lavadero, donde Da. Claudina, Da. Belmiria y otras tantas buenas lavanderas, trabajaban diariamente con su tabla, con el jabón en barra, golpeando la ropa blanca, como pretendiendo sacarle un poco más de blancor a los manteles y a las sábanas.
El pueblo ha cambiado, sin embargo, el puente, el sauce, el polvorín, las galerías y el arroyo Corrales, aún siguen allí… impertérritos, porfiados e inamovibles.
El pueblo ha cambiado pero la Escuela Agraria, el Liceo o la Escuela 4, aún siguen allí, testigos irrefutables de la historia de hombres y mujeres que conforman su población, en la Villa y en muchas partes del mundo.
Los clubes sociales, las asociaciones, la comisaría, el museo y una cantidad enorme de familias que han echado raíces en el mejor lugar del mundo.
El pueblo ha cambiado, su gente, sus calles, las casas y la industria, sin embargo en el aire de la mañana, al sol del medio día o en los ocasos enrojecidos, en esos momentos el pueblo sigue siendo el mismo de hace 50 años…
El carnaval, los bailes, las reinas y sus cortes, los locutores ceremoniosos, las comisiones directivas y los cantineros… el pueblo ha cambiado, sin embargo si me afano un poco en los recuerdos quizás pueda sentir el ruido de bandejas, de botellas y de tapas, de las sillas, de las mesas y de la gente que en la pista empieza su celebración.
En la calle, se enciende el aire con el clásico olor de los “choripanes” y los “panchos”.
Nuestro pueblo ha cambiado, pero mantiene la magia que nos permite, después de 50 años y aún estando a 12.000 kms de distancia una de esas noches cerrar los ojos, respirar profundamente y mezclarnos en esa pista, en medio de nuestra gente, de nuestras costumbres y de nuestra historia.
Julio César Ilha